El sábado fui al cine. Para los cinéfilos que gustan de la animación japonesa como a mí, vi una que se llama "Anthem of the Heart". Muy bonita, se las recomiendo ampliamente.
Fui de las primeras en sentarme en las butacas para esperar el inicio de la función. Y claro, como ir al cine y no comer porquerías es un desperdicio de salida, me compré unos nachos; pequeños, claro, y nada más. No palomitas, no soda... sólo unos nachos. Crucé la pierna para esperar, porque ya las puedo cruzar después de ya 40 kilos perdidos, y me senté en la butaca sin necesidad de levantar el descanzabrazos para sentarme, eso me fue una grata sorpresa. Estaba escuchando atentamente los anuncios antes de los trailers, cuando por mi lado pasa un chico apuesto. Cabello largo, atado; lentes, piel morena, delgado. No era un Adonis pero sí logró que me le quedara viendo un momento y lo observara con la mirada. De hecho, por un segundo, cruzamos una mirada, e hice mi mejor esfuerzo por sonreírle, al menos. Iba solo, y se sentó solo a unos tres o cuatro asientos a mi izquierda. En mi mente, me acerqué a él, y sostuve una conversación con él, más o menos así:
-- Hola, ¿puedo decirte algo sin ánimos de ofenderte ni de incomodarte? --(Claro que esa no sería lo más apropiado, pues estoy segura que ciertamente tendría el efecto contrario, pero al menos es lo que realmente pensaba.)
El muchacho me miraría con asombro, quizá hasta con desconfianza e incomodidad, pero por cortesía, me hubiera dicho que sí.
-- Pienso que eres un chico guapo --Le hubiera sonreído, para hacer eso menos incómodo para ambos y me hubiera retirado pronto--. Sólo eso. Bueno, disfruta la película.
Si no hubiera logrado nada más que aquella conversación, hubiera estado contenta. Pero no me atreví. Después de pensarlo, lo haría después de ver la película.
La película empezó, y ciertamente fue muy emotiva. Irónicamnte trataba de una chica que no podía hablar, puesto que en su infancia había sido demasiado parlanchina y así delató con su madre sin querer, y con inocencia, a su padre que tenía un amorío. Su padre le acusó de que la familia se rompiera era culpa de ella, su madre tampoco le dio mucha confianza y entonces un huevo mágico se apareció y le dijo que le ayudaría. Le echó una maldición donde cada que intentara hablar, le dolería el estómago y necesitaría ir al baño, supongo que a vomitar del dolor. La película trata sobre su lucha para recuperar el habla y decir, en efecto, lo que realmente sentía o pensaba. Una pedrada muy apropiada, ¿no? Con lo chillona que soy, la película me hizo llorar bastante, y como yo cuando lloro me da muchísimo sueño, me estaba quedando dormida en el cine. Recordé que tenía unos dulces en mi bolsa y al comerlos, se me quitó el sueño.
La película se acabó, y miré a mi izquierda para ver al muchacho. Seguía ahí. Pero no pude, no me atreví. Quizá el huevo me lanzó la maldición a mí también. El muchacho se puso de pie, y yo en un impulso, también. Empezó a caminar, y yo lo dudé un segundo, pero también lo empecé a seguir.
No contaba con que el muchacho caminaba muy rápido.
«¡Hey, espera!» Le grité en mi mente, mientras él se alejaba cada vez más y la gente que se retiraba de sus butacas se metía en mi camino. «¡Tengo algo que decirte!» Caminó fuera de cine, y ya estaba muy lejos para alcanzarlo, pues cuando salí yo, a duras penas pude ver su coleta girar a la derecha para salir al pasillo que llevaba a la salida. Entonces, me rendí. No solamente la tristeza de la película aún estaba sobre mí, pero esa situación en sí me hizo sentir aún más triste. Son momentos como estos los que me hacen sentir increíblmente insegura, y me hacen creer que seguiré, como dicen en Internet (y para evitar sonar más dramática)
Forever Alone.
Imagen relacionada; Jun, la protagonista.
Así me quedé yo mientras veía al chico irse.