domingo, 26 de julio de 2015

El segundo día y dada de alta

          Mis padres estuvieron conmigo el primer día, mi madre se quedó a dormir porque mi papá debía trabajar. Mi mamá durmió muy cómodamente, como ella no tenía un drenaje colgándole, ni heridas en la panza, pudo acomodarse donde y como quiso. Yo seguía sin dormir. Sin embargo, había en la esquina de cuarto un sofá enorme, muy acolchonado. Mi madre me sugirió echarme ahí, porque era cómodo. Acepté, después de todo, ya qué. Estaba tan cómodo que me dormí hasta el día sigiente. Eran aproximadamente las tres de la mañana cuando me senté en el sofá.

          El segundo día no fue tan malo como el primero. Me desperté como a las 6 ó 7 de la mañana. Aún no podía dormir del todo bien, pero al menos ya no vomitaba cada que caminaba. Me bañé, y llegó la enfermera a hacerme las curaciones pertinentes. Mi madre regresó a la casa para bañarse y desayunar, y en eso por fin me dieron algo de comer, entre comillas. Mi desayuno fue medio vaso de hielo raspado, que lo disfruté enormemente porque desde el día de la cirugía que tenía muchísima sed. Lo malo es que cada que me caía a mi nuevo estómago, me renegaba y me dolía. Era un dolor largo y punzante, pero pasajero y no siempre sucedía cada que tragaba el hielo; duraba aproximadamente unos 3 ó 4 segundos.

           Me permitieron usar la computadora y me dieron la clave del wifi. Usé el Internet un ratito, chequé Facebook, respondí mensajes de ánimo, y en eso me traen mi comida.  Una paleta de agua sabor cereza.


         Delicioso. Me sentí como niña. Me decían las enfermeras que lo frío me ayudaría a cicatrizar mejor y yo, desde luego, no me quejé. Al poco tiempo regresó mi mamá, la enfermera me trajo más hielo (que igualmente disfruté mucho) y de nuevo, a enfrentar la larga noche que me esperaba, otra noche sin poder dormir.

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