miércoles, 29 de julio de 2015

No leas este post mientras estés comiendo.

Advertencia: este post trata sobre hacer del dos. Lee bajo tu propia discreción.


         Varias cosas me tenían frustrada durante mis primeros cuatro días en casa. Al salir del hospital, me habían dado cita para el martes para poderme retirar el dren. El no poder dormir, los dolores en mi panza, tener que estar cuidando el dren, que cuando éste me colgaba me dolía la herida, que cuando “comía”, si no lo hacía lo suficientemente lento, me daban las punzadas…. Y que no podía hacer del dos. Así es. Del dos.

         Yo asumía que era normal porque realmente sólo ingería líquidos, pero cuando mi papá le preguntó al doctor si esto era normal, le respondió que era normal siempre y cuando no tuviera ganas, pero si para el martes aún no obraba, que entonces “me daría indicaciones”. El problema, es que me empezaban a dar ganas, pero no podía. Tomé las palabras del doctor como “o cagas para el martes, o cagas”. Creo que mis padres lo tomaron igual porque empezaron a urgirme que empezara a beber licuados de papaya, que eran una de las opciones de la dieta. Yo odio la papaya, me da asco. Pero era una situación extrema. Así que, como dicen en inglés “I took one for the team”, o sea, “me sacrifiqué por mi equipo”, y empecé a beber licuados y yogurt de papaya. Saben horribles. Aún los detesto. Bueno, el Activia de papaya sabe bien. Lo admito.

        El lunes por la tarde, volví a sentir ganas. «¡Hoy es el día!» pensé. Me esforcé por alrededor de 20 minutos, y mi resultado fueron tres miserables bolitas de conejo.

       –Bueno, al menos ya salió algo –dijo mi papá.
       Si bien tenía razón, no me sentía satisfecha. Era como un reto, sabía que podía dar más. Pero no hubo más cambios.


         Al día siguiente me desperté temprano para acudir a la cita con el doctor para que me retiraran el dren. Yo sabía que e iba a doler, después de todo, cualquier movimiento me hacía dolorosamente consciente de la manguera. El doctor me dijo que “sólo sería una molestia”, pero que no me dolería. Sabía que mentía. Es una manguera dentro del estómago. Claro que te va a doler. Me pidió que me recostara en un sofá que tenía; mi papá se quedó al lado, en el escritorio del doctor. No era que estuviera mentalizándome que me iba a doler, es una de esas cosas que sabes que son un hecho, como en las elecciones pasadas que sabías que EPN iba a quedar de presidente.

          El doctor hizo los cortes de los alambritos, no me dolió mucho, eso en sí fue la molestia. Y después, ¡madres! Un jalón. Sentí cómo se me revolvieron muchas cosas adentro de la panza, y el dolor fue tan fuerte que me sacó un gritito y me hizo llorar. “Ya salió, ya salió” me decía para tranquilizarme, pero no sirvió de nada. Por un segundo mi mirada se posó en la cara del doctor y su expresión era de “¿En serio estás llorando por esto?” No me solté a llorar como una niña, pero sí me aguanté de no dejar caer lágrimas y caminé lo más ceremoniosamente posible al escritorio. Me recetó más medicamento, unas vitaminas, y regresé a casa. De inmediato pude sentir una diferencia al caminar sin el dren. No caminaba tan lento, y no me dolía ya tanto, a pesar de sentir las molestias de la herida. Sin duda fue una mejora considerable.

         Todo transcurrió normalmente por el resto del martes. El pan de barra tostado se me sigue antojando, pero no lo puedo comer.

         Para el martes en la tarde me volvieron a dar ganas. «Round 2».

         Fue como dar a luz. Ahí lo sentía, ahí venía, pero no podía. Utilicé técnicas de respiración y pujé. Hasta me di golpesitos en la rodilla, según eso ayuda. Después de batallar, la misión fue un éxito rotundo. No fueron bolitas de conejo, fue algo decente. Pude escuchar “Weeeee are the chaammpiooons, my frieeeennndd” de Queen cuando todo terminó. Me lavé las manos, caminé victoriosamente fuera del baño, y cuando vi a mi papá en la sala, le alcé los pulgares, contenta.

         –¡Es todo! –me dijo, también orgulloso.

         Bueno, supongo que voy mejorando.

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