Advertencia:
este post trata sobre hacer del dos. Lee bajo tu propia discreción.
Varias
cosas me tenían frustrada durante mis primeros cuatro días en
casa. Al salir del hospital, me habían dado cita para el martes para
poderme retirar el dren. El
no poder dormir, los dolores en mi panza, tener que estar cuidando el
dren, que cuando éste me colgaba me dolía la herida, que cuando
“comía”, si no lo hacía lo suficientemente lento, me daban las
punzadas…. Y que no podía hacer del dos. Así es. Del dos.
Yo
asumía que era normal porque realmente sólo ingería líquidos,
pero cuando mi papá le preguntó al doctor si esto era normal, le
respondió que era normal siempre y cuando no tuviera ganas, pero si
para el martes aún no obraba, que entonces “me daría
indicaciones”. El problema, es que me empezaban a dar ganas, pero
no podía. Tomé las palabras del doctor como “o cagas para el
martes, o cagas”. Creo que mis padres lo tomaron igual porque
empezaron a urgirme que empezara a beber licuados de papaya, que eran
una de las opciones de la dieta. Yo odio la papaya, me da asco. Pero
era una situación extrema. Así que, como dicen en inglés “I took
one for the team”, o sea, “me sacrifiqué por mi equipo”, y
empecé a beber licuados y yogurt de papaya. Saben horribles. Aún
los detesto. Bueno, el Activia de papaya sabe bien. Lo admito.
El
lunes por la tarde, volví a sentir ganas. «¡Hoy es el día!»
pensé. Me esforcé por alrededor de 20 minutos, y mi resultado
fueron tres miserables bolitas de conejo.
–Bueno,
al menos ya salió algo –dijo mi papá.
Si
bien tenía razón, no me sentía satisfecha. Era como un reto, sabía
que podía dar más. Pero no hubo más cambios.
Al
día siguiente me desperté temprano para acudir a la cita con el
doctor para que me retiraran el dren. Yo
sabía que e iba a doler, después de todo, cualquier movimiento me
hacía dolorosamente consciente de la manguera. El doctor me dijo que
“sólo sería una molestia”, pero que no me dolería. Sabía que
mentía. Es una manguera dentro del estómago. Claro que te va a
doler. Me pidió que me recostara en un sofá que tenía; mi papá se
quedó al lado, en el escritorio del doctor. No era que estuviera
mentalizándome que me iba a doler, es una de esas cosas que sabes
que son un hecho, como en las elecciones pasadas que sabías que EPN
iba a quedar de presidente.
El
doctor hizo los cortes de los alambritos, no me dolió mucho, eso en
sí fue la molestia. Y después, ¡madres! Un jalón. Sentí cómo se
me revolvieron muchas cosas adentro de la panza, y el dolor fue tan
fuerte que me sacó un gritito y me hizo llorar. “Ya salió, ya
salió” me decía para tranquilizarme, pero no sirvió de nada. Por
un segundo mi mirada se posó en la cara del doctor y su expresión
era de “¿En serio estás llorando por esto?” No me solté a
llorar como una niña, pero sí me aguanté de no dejar caer lágrimas
y caminé lo más ceremoniosamente posible al escritorio. Me recetó
más medicamento, unas vitaminas, y regresé a casa. De inmediato
pude sentir una diferencia al caminar sin el dren. No caminaba tan
lento, y no me dolía ya tanto, a pesar de sentir las molestias de la
herida. Sin duda fue una mejora considerable.
Todo
transcurrió normalmente por el resto del martes. El pan de barra
tostado se me sigue antojando, pero no lo puedo comer.
Para
el martes en la tarde me volvieron a dar ganas. «Round 2».
Fue
como dar a luz. Ahí lo sentía, ahí venía, pero no podía. Utilicé
técnicas de respiración y pujé. Hasta me di golpesitos en la
rodilla, según eso ayuda. Después de batallar, la misión fue un
éxito rotundo. No fueron bolitas de conejo, fue algo decente. Pude
escuchar “Weeeee are the chaammpiooons, my frieeeennndd” de Queen
cuando todo terminó. Me lavé las manos, caminé victoriosamente
fuera del baño, y
cuando vi a mi papá en la sala, le alcé los pulgares, contenta.
–¡Es
todo! –me dijo, también orgulloso.
Bueno,
supongo que voy mejorando.
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